El efecto cobra: ¿Por qué las decisiones simples pueden ser peligrosas?
A menudo tomamos decisiones que parecen ideales para resolver un problema, pero…
¿Qué pasa si esas decisiones afectan de manera indirecta a otras variables?
¿Esos cambios podrían afectar a nuestro enfoque inicial?
¿Estas decisiones pueden generar problemas añadidos?
Esto ocurre cuando despreciamos los "efectos de segundo orden" de nuestras decisiones, y es algo que todos deberíamos tener en cuenta, especialmente en las decisiones políticas. Como he escrito en alguna ocasión anterior tengo una segunda residencia en Laredo, y creo que el nuevo sistema de aparcamiento RAP que el Ayuntamiento de Laredo quiere implementar puede ser una buena ocasión para reflexionar sobre este efecto de despreciar los efectos de segundo orden.
El “Efecto Cobra”
Uno de los primeros casos de este efecto de ignorar las consecuencias de las decisiones se denominó “Efecto Cobra”.
Imaginemos la India colonial bajo el dominio británico. En Delhi había un problema creciente con las cobras venenosas, así que las autoridades británicas decidieron ofrecer una recompensa por cada cobra muerta. La idea parecía perfecta: menos cobras, más seguridad. Pero, como la gente es muy lista, algunos empezaron a criar cobras en casa para luego matarlas y cobrar la recompensa. Cuando las autoridades se dieron cuenta, cancelaron el programa, y los criadores liberaron las cobras que ya no servían para nada. Resultado: ¡más cobras que al principio!
Este ejemplo se ha convertido en un símbolo de cómo las soluciones mal diseñadas pueden generar el efecto contrario al deseado. Y no hace falta irse a la India colonial para encontrar casos parecidos. A menudo, las políticas públicas y empresariales se topan con estos "efectos de segundo orden".
Ejemplo personal: Salarios variables
No hace falta mirar solo a la política para encontrar ejemplos de estos errores. Yo mismo, en mi experiencia profesional, he cometido errores de este estilo, por ejemplo, al intentar implementar un sistema de retribución variable que, en lugar de motivar a las personas, terminó generando tensiones y desilusión.
La idea es simple: pagar a las personas en función de ciertos objetivos alcanzados, pensando que eso incentiva su productividad y alinea sus intereses con los de la empresa.
Lo que a menudo no se tiene en cuenta es que estos sistemas tienden a distorsionar el comportamiento. Se corre el riesgo de que las personas se centren exclusivamente en cumplir los objetivos fijados en su retribución variable, ignorando otros aspectos importantes para su empresa, compañeros, otros departamentos…. También existe la posibilidad de que en algunos casos, al no poder influir directamente en ciertas métricas o no alcanzar los objetivos, se sienten frustradas y desilusionadas, lo que reduce su motivación general.
El resultado puede ser un equipo menos cohesionado, con tensiones entre compañeros y con una sensación de injusticia flotando en el ambiente. Al final, aunque la intención inicial es buena, si no se diseña bien, los efectos secundarios son más perjudiciales que beneficiosos. He aprendido por las malas que no basta con fijar un sistema lógico sobre el papel; hay que entender cómo las personas realmente reaccionan a él.
El RAP de Laredo: Buenas intenciones y riesgos evidentes
Volviendo a Laredo, el Ayuntamiento ha propuesto un sistema regulado de aparcamiento, el RAP, que funciona bajo una lógica de tasas: quien aparca, paga. Personalmente, aunque soy un liberal convencido y creo firmemente en reducir los impuestos generalizados, veo cierto sentido en este tipo de medidas basadas en el “pago por uso”. A priori, suena razonable que quien más usa un servicio, como el aparcamiento, sea quien contribuya a su mantenimiento.
Los objetivos iniciales de esta medida, además de la recaudación (que siempre está ahí), son comprensibles:
Facilitar el aparcamiento a propietarios y trabajadores locales.
Limitar o evitar el estacionamiento prolongado de autocaravanas.
Incluso, “ahuyentar” a un tipo de turismo que solo viene a la playa y no gasta en el municipio.
Sin embargo, una vez más, el riesgo de efectos de segundo orden está ahí, y no se puede ignorar. Los posibles efectos negativos son preocupantes:
Dificultar el acceso y aparcamiento a los veraneantes: La mayoría de las viviendas en Laredo son propiedades adquiridas en los años 80 por familias que ahora las disfrutan sus hijos y nietos. Estos familiares no tienen derecho a aparcar gratuitamente y deberán pagar una tasa diaria cada vez que estacionen, lo que puede llevarles a buscar otros destinos turísticos. Esto, a largo plazo, podría afectar seriamente al flujo de visitantes que dinamizan la economía local.
Reducción de ingresos esperados: Aunque la idea inicial es recaudar más, es probable que los estacionamientos se reduzcan porque algunos conductores evitarán las zonas reguladas. Seguro que se ingresa menos de lo esperado. Al menos si es así, creo que será la primera vez en la historia que un organismo ingresa más dinero del esperado al introducir un impuesto.
Desconexión política con el ciudadano: Como hemos visto recientemente en la DANA de Valencia y en otros casos cada vez más frecuentes, parece haber una desconexión creciente entre las políticas que se adoptan y el bienestar real de los ciudadanos. Medidas como esta, si no se ejecutan con sensibilidad y planificación, refuerzan la percepción de que las instituciones están más preocupadas por el equilibrio de sus cuentas y por los votos (en este caso los veraneantes no votan) que por el bienestar de la comunidad.
Los efectos de segundo orden
El ejemplo de las cobras nos enseña que no basta con plantear una solución al problema inmediato; es imprescindible pensar en cómo reaccionarán las personas afectadas. En este caso,
¿Se ha considerado el impacto que tendrá esta medida en los veraneantes y en la economía local?
¿Qué alternativas se plantean si los ingresos previstos no se alcanzan?
¿Qué medidas se tomarán si las calles no reguladas se saturan?
A menudo, los políticos y gestores parecen más centrados en justificar sus decisiones que en revisarlas o adaptarlas según los resultados. Pero las buenas intenciones no bastan, y las soluciones rígidas, como hemos visto tantas veces, tienden a fracasar.
Conclusión: Escuchar y aprender
Veremos cómo se implementa y se desarrolla, pero o mucho me equivoco o el RAP de Laredo es un buen ejemplo de cómo las políticas, aunque bien intencionadas, pueden acabar creando más problemas de los que solucionan si no se piensa en los efectos de segundo orden. Regular el aparcamiento puede ser necesario, sí, pero hacerlo desconectando de las necesidades de las personas es una receta para el desastre.
Antes de implementar medidas de este tipo, es imprescindible escuchar, analizar y estar dispuesto a corregir el rumbo si algo no funciona. Porque, al final, las políticas no son para los papeles ni para los balances; son para las personas.